domingo, 31 de marzo de 2013

¿Quién muere?

Muere lentamente
quien se transforma en esclavo del hábito,
repitiendo todos los días los mismos trayectos,
quien no cambia de marca.
No arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.

Muere lentamente
quien hace de la televisión su gurú.

Muere lentamente
quien evita una pasión,
quien prefiere el negro sobre blanco
y los puntos sobre las "íes" a un remolino de emociones,
justamente las que rescatan el brillo de los ojos,
sonrisas de los bostezos,
corazones a los tropiezos y sentimientos.

Muere lentamente
quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo,
quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño,
quien no se permite por lo menos una vez en la vida,
huir de los consejos sensatos.

Muere lentamente
quien no viaja,
quien no lee,
quien no oye música,
quien no encuentra gracia en si mismo.

Muere lentamente
quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.

Muere lentamente,
quien pasa los días quejándose de su mala suerte
o de la lluvia incesante.

Muere lentamente,
quien abandona un proyecto antes de iniciarlo,
no preguntando de un asunto que desconoce o
no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.

Evitemos la muerte en suaves cuotas,
recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor
que el simple hecho de respirar.
Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos
una espléndida felicidad. 


Pablo Neruda 

martes, 26 de marzo de 2013

Ahí estaba...

...en un bolsillo, olvidado. Lo encontré sin buscarlo. Lo desdoblé y desarrugué para ver de que se trataba.
Esto ocurre a menudo cuando acomodo cajones y saco ropa guardada. Tengo esa manía de escribir pensamientos en papelitos, como si fuera tan importante retener algo tan inconsistente e inmaterial como lo que pasa por mi cabeza. Y no es que en esta ocasión el texto destaque por su calidad o profundidad, pero me ha causado alegría el hallazgo. Por eso lo transcribí y lo comparto por acá. Al final, había unas citas que había copiado. También quedan.
Fue escrito un 30/4 (día después de mi cumpleaños), sin año. Supongo que 2011.

Lluvioso día de primavera. Un extraño y a la vez conocido sentir se apodera de mi pecho. La calma reina por todo mí ser. Lo sensible se vuelve más vulnerable. Consigo que el tiempo sea si mismo y aprovecho cada segundo, cada suspiro. Pareciera que todo fuese más lento, pero no es algo que le ocurra al todo, sino a mi.

Hay un punto en que el pasado y el presente se encuentran, se juntan y se observan. Yo les espero en la antesala, coordino mis herramientas y me preparo para hospedarles todo el tiempo que necesiten estar juntos. Durante ese lapso, yo, casi latente, espero y pienso. Parece inútil pensar demasiado, incluso engorroso. Mucho más en este momento de cancelada actividad. Poco a poco, aprendo a esperar y fluir con el tiempo cuando no hay nada más que hacer.

- Hay que saber abandonar lo que nos abandona. Anatole France 

- Todo lo que vemos desfilar ante nuestros ojos, todo lo que imaginamos, no es más que un sueño dentro de otro sueño. Edgar Allan Poe 

- Donde funciona un televisor, hay alguien que no está leyendo. John Irving 

- ¿No brota el amor del espíritu? ¿No es una emoción, un reflejo de nosotros mismos que captamos en la mirada del otro? ¿No es idealismo, sublimación, adulación? Ciertamente, si fuera posible amar sin imaginar al otro distinto de lo que es en realidad, tal vez el amor no me daría miedo. Gilbert Sinoué

martes, 12 de marzo de 2013

Moraleja tácita

Muchos contemporáneos creen que se es importante en función del lugar que una persona ocupa en los medios de producción. Es decir, de su capacidad de producir y el rango que tiene en un determinado sistema jerárquico del que forma parte. En el barrio de mi infancia, recuerdo a los pobres caballos que usaban los "botelleros". Estos animales eran utilizados como la fuerza de arrastre de un carro hecho de maderas viejas y ejes de coche desguazado. Los desdichados bichos llevaban unos aparejos en los ojos, como unos parches parciales, que sólo les permitían una visión frontal. Así, cualquier distracción en los costados pasaba desapercibida y podían continuar, sin interrupción, con su labor de arrastrar porquería.