viernes, 21 de diciembre de 2012

El carabinero y la chica cartel

(un cuentito para amenizar la espera del fin del mundo) Él estaba en la esquina. Cada carabinero, al menos los más novatos, son destinados a una esquina. Desconozco si siempre a la misma o si cada mañana el capitán dirige a la tropa hacia distintas esquinas, desplegando un mapa tamaño pizarrón y colocando el nombre de cada muchacho con un imán sobre su esquina correspondiente. Ella estaba en la misma esquina, sujetaba un cartel de recarga de teléfonos móviles. Llevaba una visera roja y un impermeable de nylon blanco. Su majestuosa postura no difería a la de cualquier estatua de diosa mitológica. Sea Ceres, que está en la plaza. Cuando los observé, estaban charlando y mirándose a los ojos. El mundo podía explotar en ese momento y ellos continuarían con ese intercambio celestial, el comercio más cercano podía estar sufriendo un atraco a mano armada, las telecomunicaciones podían entran en crisis mundial por erupciones solares que destruirían los campos magnéticos de la tierra. Pero ellos continuarían llevando a cabo aquel acto que llevaba inmensidades de tiempo desarrollándose para ocurrir. Después imaginé al capitán dándole un correctivo en el hombro izquierdo al joven carabinero, avergonzándolo delante de la chica cartel, y todo se volvió muy infantil. Me voy a comprar un heladito de esos que tiene la señora de ahí. Concepción, Chile. 19/10/12

sábado, 15 de diciembre de 2012

El amigo perdido

Las campanas de la Catedral acababan de tocar las siete de la mañana.Cuando las palomas y gaviotas apenas revolotean adormiladas en los tejados y fragmentan el plumaje aterciopelado con el tañido. Al abrigo de los soportales de la Plaza Mayor diviso la figura del caminante, con paso firme que pelea con el frío y sacude la niebla al andar. Según se acerca, creo reconocerlo. Al mirarlo fijamente con incredulidad, noto su extrañeza, incluso temor, por mi presencia impasible, su paso sigue impertérrito. Apenas está amaneciendo, el silencio hace todavía mas gélida la escena, no tengo duda de que es él. El mismo que partió de niño y del que nunca más se supo, desaparecido en un naufragio. Indeciso por temor a equivocarme ante lo imposible, lo saludo. Con rostro desorbitado de sorpresa detiene el ritmo, se acelera el latir de corazones que redoblan el repicar del campanario. El que había sido declarado fallecido estaba ante mis ojos. No podía ser cierto. Su mirada lacerante enarbolaba mucho dolor. El olor sulfurado de las Burgas se dejaba percibir en el ambiente húmedo matinal a modo de oleaje del mar. Como la misma brisa que devoró a sus compañeros en las aguas del océano cuando faenaban. Era un joven huérfano que se embarcó a la aventura de la supervivencia. Logró sobrevivir al hundimiento, perdió la consciencia y tardó lustros en recordar su origen. Llevaba apenas una semana residiendo en Ourense y tenía intención de volver acariciar sus recuerdos, pero no encontraba el momento de visitar su aldea, por temor a que los vivos de entonces estuvieran muertos y el muerto retornado fuese el único vivo. El enlace con el pasado y con el presente era yo en ese instante.La emoción del reencuentro no tardó en hacer mella. Me sacudió una enorme responsabilidad responder encantado a tantas preguntas por temor a equivocarme. Yo acudía a la aldea por entonces en vacaciones de verano, pero los apodos de las gentes a las que aludía se me escapaban. La sensación de retomar el diálogo con quien creías desaparecido es estremecedora. La alegría y añoranza se entrecruzan de modo escalofriante. El recíproco dolor de quienes creyeron perder al ser querido, se contrapone al desconsuelo que ahora obtendrá ese mismo ser cuando sepa de la muerte de los que todavía ilusionaba ver, a los que no podrá dar tan anhelada sorpresa. Quizá sea la página mas triste de un día alegre. O quizá la alegría de un día triste.Las palomas ya han despertado y, a modo de sirenas, saludan el emerger del barco hundido que acaba de renacer con el compás de las campanas ahora de Santa Eufemia, y la Virgen del Carmen patrona de los marineros. La región. Cartas al director. Antonio Bande Diéguez (Barbadas, Ourense).

jueves, 6 de diciembre de 2012

Juzgar por apariencias

Una familia tenía un perro de raza debidamente amaestrado que cuidaba su casa también en las ausencias. Un buen día dejan al niño con el perro, al que quería inmensamente. Al regresar, los padres se encuentran en la entrada con una espectáculo dantesco, con el perro ensangrentado y el suelo de igual modo. Sin pensarlo dos veces el padre toma la escopeta de caza y, creyendo que el perro había atacado a su hijo, le pegó dos tiros y lo mató. Cual será su sorpresa cuando al llegar a la habitación se encuentra con el niño sano y salvo y, en el suelo desangrándose, un hombre que había entrado en casa para robar y llevarse al niño? La desesperación posterior del matrimonio fue enorme. ¡Habían matado al gran defensor de su hijo y de su casa!Nunca las precipitaciones son buenas, y menos el juzgar por simples . Existen en el mundo infinitos casos parecidos de decisiones inmediatas sin antes serenarse para saber juzgar con paz. Y como consecuencia, casos similares en los que tenemos muchas veces que humillar la cabeza, pedir perdón y reconocer nuestro error. Sigue siendo cierto que las apariencias muchas veces engañan, porque en realidad todos los mortales tenemos infinitos fallos que a veces juzgamos sin echar mano de aquellos principios básicos de moral para juzgar un acto: el miedo, la ignorancia, la violencia... Todo para la libertad de cualquier acción.

Barro Tal Vez



Si no canto lo que siento me voy a morir por dentro.
He de gritarle a los vientos hasta reventar aunque solo quede tiempo en mi lugar.
Si quiero me toco el alma pues mi carne ya no es nada.
He de fusionar mi resto con el despertar aunque se pudra mi boca por callar.
Ya lo estoy queriendo ya me estoy volviendo canción
barro tal vez....
Y es que esta es mi corteza
donde el hacha golpeará
donde el río secará para callar.
Ya me apuran los momentos ya mi sien es un lamento.
Mi cerebro escupe ya el final del historial del comienzo que tal vez reemprenderá.
Si quiero me toco el alma pues mi carne ya no es nada.
He de fusionar mi resto con el despertar aunque se pudra mi boca por callar.
Ya lo estoy queriendo ya me estoy volviendo canción
barro tal vez...
Y es que esta es mi corteza donde el hacha golpeará
donde el río secará para callar.

Luis Alberto Spinetta