Se pueden conectar
unas cuantas frases, es posible que estas formen ideas y tengan sentido. La combinación
de las palabras da matices y color al discurso, al pensamiento, a la
reflexión.
Detrás de ese atuendo,
detrás del maquillaje, frente al solitario espejo, las palabras, mis palabras, se
quedan solas, envejecen, atentan con desintegrarse cual castillo de arena con
el viento. Y su valor ya no es el de las frases inmortales, sino más bien todo
se torna esclavo del tiempo. Polvo de estrellas, arte de la existencia, magia
de vida.
La magia es tal porque
es un instante.
Los sublimes instantes del existir hacen que las palabras sean como pequeñas piedras que uno lanza en el campo, allí quedan. Su valor, allí queda, también. Hasta que otro la toma y la vuelve a lanzar.
Los sublimes instantes del existir hacen que las palabras sean como pequeñas piedras que uno lanza en el campo, allí quedan. Su valor, allí queda, también. Hasta que otro la toma y la vuelve a lanzar.
Hay veces que las palabras
habladas, escritas, escondidas, gritadas; carecen de valor.
Dan ganas de callar y abrazar el silencio.
¿O siempre carecen de valor?
Una especie de abandono lento pero progresivo de toda creencia hacia las palabras. Un modo de agotamiento hacia lo que irremediablemente carecerá de sentido y de valor.
Una clase de náusea que vuelve y se apodera de los sentidos.
Alguna vez, las palabras han tenido tanto sentido que eran recitadas con el hermoso y fugaz fervor de la pasión. Como un espadachín que desenvaina y blande el acero por una causa que cree más importante que si mismo.
Después el tiempo desafila la pasión y lo fugaz se comprende como otra nueva sucesión de instantes que acompañan el paso de la existencia.
Dan ganas de callar y abrazar el silencio.
¿O siempre carecen de valor?
Una especie de abandono lento pero progresivo de toda creencia hacia las palabras. Un modo de agotamiento hacia lo que irremediablemente carecerá de sentido y de valor.
Una clase de náusea que vuelve y se apodera de los sentidos.
Alguna vez, las palabras han tenido tanto sentido que eran recitadas con el hermoso y fugaz fervor de la pasión. Como un espadachín que desenvaina y blande el acero por una causa que cree más importante que si mismo.
Después el tiempo desafila la pasión y lo fugaz se comprende como otra nueva sucesión de instantes que acompañan el paso de la existencia.
Y ahora mismo me veo
con unas enormes ganas de gritar que esto no es así, y que no hay que abandonar
las causas nobles ni la pasión que brota del corazón. Y no hay que hacerlo.
Pero de alguna manera, las palabras igual van perdiendo su valor. Porque lo sustancial es cada vez más asquerosamente exagerado.
Pero de alguna manera, las palabras igual van perdiendo su valor. Porque lo sustancial es cada vez más asquerosamente exagerado.
Por estos motivos,
quizá, mis palabras cada vez se pierden más en pensamientos de los que no
quedan evidencias escritas.
Habrá que actuar y dejar que la acción narre las fábulas.
Habrá que actuar y dejar que la acción narre las fábulas.
Sí, creo que es eso lo
que sucede; el valor de la acción en asedio al valor de las palabras.
Nunca dejes de trasformar en letras y palabras los gritos de tu corazón. Es cierto que la fuerza de la acción derrota esa pasión pero el tiempo es un mal guardián de los recuerdos y la vida muy larga como para discernir hoy si en algún momento del futuro añorarás todas esas palabras o lo que es más importante: lo que te hacían sentir. Retales de la esencia misma que no deberían desaparecer sin más.
ResponderEliminarDeberíamos patalear más por ser lo que somos de una forma más intensa.
Nan