jueves, 27 de marzo de 2014

Ir siempre hacia adelante

Ir siempre hacia adelante, a algún lugar. Retroceder nunca…
Es este trabajo de superación, esta actividad de por vida que nos ponemos en la agenda diaria.
Es como un motivo; un fin para que nuestros esfuerzos se dirijan hacia algo concreto o abstracto, algo que nos de mini-recompensas o satisfacciones.  No sabemos si lo hacemos por los esfuerzos mismos o por las satisfacciones que ellos nos brindan, pero seguimos en carrera. Carrera que  puede ser la de llegar antes que los demás y conseguir asiento, quizá pueda ocurrir que competimos por un status laboral o por la amistad de ese tipo popular en la escuela,  tal vez por la predilección de los abuelos, de vez en cuando por estar más guapa que las demás chicas o por ser titular en el equipo de fútbol del barrio. Pero siempre queremos ser mejores que los demás, o al menos mejores que nosotros mismos. Es una presión constante que nos lleva a desarrollar destrezas y a su vez, a pasar corriendo delante de una existencia plena que no sabe de motivos o razones.
Nos alejamos del ser más profundo, quiero decir; del ser que existe, sólo eso. Esa parte etérea de la existencia que solamente se ocupa de existir.
Caemos en el bucle de nuestra vida social y nos llenamos de quehaceres “busca sentido – encuentra recompensas”, para que lo artificial sea una meta y una satisfacción que acompaña nuestras vidas.
Nuestra comprensión del mundo es aquella de individuos que viven en el mundo hoy, no hace mil años o dentro de cien; hoy. Y todo tiene (o no) sentido hoy, porque no podemos comprender nada más. Vivimos con la cabeza ocupada en obtener y alcanzar esas metas, en correr esas carreras, en soportar esas presiones, cumplir con esas agendas diarias. Y, ¿Para qué? Bueno, es así como aprendimos a vivir, son esos los caminos que debemos recorrer. Todo está encauzado.
Seguramente haya razones importantes para creer que así debe ser, aunque el verdadero ser no entienda nada de estas cosas.
Puede que ya seamos la mejor versión de nosotros mismos, al menos hoy, pero estamos muy ocupados para darnos cuenta.

Cuando la delgada línea del equilibrio mental (quizá emocional) se ve amenazada, lo mejor es no decidir nada. Momento preciso para leer, mirar series o pelis, limpiar la casa… cualquiera de estas cosas y otros millones de etcéteras… 

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