lunes, 2 de marzo de 2009

La muerte viaja en patera


Cada vez que las olas dan una tregua las mafias lanzan al mar una patera cargada de ilusiones de una vida mejor. El viaje terminó ayer en tragedia para un grupo de inmigrantes que intentaban llegar a España en patera. Al menos 21 personas, 15 de ellos menores, murieron en la costa de Teguise (Lanzarote) al volcar la embarcación con la que intentaban llegar a tierra firme. Diecinueve cuerpos fueron rescatados sin problemas mientras que los servicios de búsqueda tuvieron que recuperar otros dos cuerpos en una zona de difícil acceso. El Gobierno de Canarias cree que en la embarcación viajaban 28 personas. Del total de los cadáveres recuperados, 14 son niños varones y una es niña. Además, en la patera viajaban dos mujeres, una de ellas embarazada de ocho meses. El patrón del barco, un varón, también ha fallecido. Seis de los viajeros consiguieron alcanzar la costa con vida, uno de ellos está en dependencias policiales y los otros cinco están hospitalizados y evolucionan favorablemente. Las labores de rescate se retomarán mañana para buscar al último desaparecido.

Pequeña reseña Histórica
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Hijos del camino

Las pateras, barquitos mamarrachos que la mar devora, son nietas de aquellos navíos negreros. Los esclavos de ahora, que ya no se llaman así, tienen la misma libertad que tenían sus abuelos arrojados, a golpes de látigo, a las plantaciones de América. No se van. los empujan. Nadie emigra porque quiere. Desde el África y desde muchos otros lugares, los desesperados huyen de las guerras y las sequías y las tierras extenuadas y los ríos envenenados y las barrigas vacías. Las ventas de carne humana son, hoy por hoy, las exportaciones más exitosas del mundo.
Jaulas navegantes

El traficante de esclavos que más amaba la libertad había llamado Voltaire y Rousseau a sus mejores navíos. Algunos negreros habían bautizado sus barcos con nombres religiosos: Almas, misericordia, Profeta David, Jesús, San Antonio, San Miguel, SanTiago, San Felipe, Santa Ana y Nuestra Señora de la Concepción. Otros daban testimonio de amor a la humanidad, a la naturaleza y a las mujeres: Esperanza, Igualdad, Amistad, Héroe, Arcoiris, Paloma, Ruiseñor, Picaflor, Deseo, Adorable Betty, Pequeña Polly, Amable Cecilia, Prudente Hannah. Las naves más sinceras se llamaban Subordinador y Vigilante. Estos cargamentos de mano de obra no anunciaban ni con sirenas ni con cohetes su llegada a los puertos. No era necesario. Desde lejos se sabía, por el olor. En las bodegas, se amontonaba su mercadería pestilente. Los esclavos yacían juntos día y noche, sin moverse, bien pegados para no desperdiciar ni un poquito de espacio,meándose encima, cagándose encima, encadenados unos a otros, pescuezos con pescuezos, muñecas con muñecas, tobillos con tobillos, encadenados todos a largas barras de hierro. Muchos morían en la travesia del océano. Cada mañana, los guardias arrojaban esos bultos a la mar.

La heroica virtud

Al vertiginoso ritmo de la industria del fin de siglo, el Vaticano está produciendo santos. En los últimos veinte años el papa Juan Pablo II beatificó a más de 900 virtuosos y canonizó a casi 300.

A la cabeza de la lista de espera, favorito entre los candidatos a la santidad, figura el esclavo negro Pierre Toussaint. Se asegura que el Papa no demorará en colocarle la aureola, «por mérito de su heroica virtud».

Pierre Toussaint se llamaba igual que Toussaint Louverture, su contemporáneo, que también fue negro, esclavo y haitiano. Pero ésta es una imagen invertida en el espejo: mientras Toussaint Louverture encabezaba la guerra por la libertad de los esclavos de Haití, contra el ejército de Napoleón Bonaparte, el bueno de Pierre Toussaint practicaba la abnegación de la servidumbre. Lamiendo hasta el fin de sus días los pies de su propietaria blanca, él ejerció «la heroica virtud» de la sumisión: para ejemplo de todos los negros del mundo, nació esclavo y esclavo murió, en olor de santidad, feliz de haber hecho el bien sin mirar a quién. Además de la obediencia perpetua, y de los numerosos sacrificios que hizo por el bienestar de su ama, se le atribuyen otros milagros.

Caras

Las carabelas habían partido del puerto de palos, al rumbo de las aves que volaban hacia la nada.

Cuatro siglos y medio después del primer viaje, Daniel Vázquez Díaz pintó las paredes del monasterio de la Rábida, pegado al puerto, para rendir homenaje al descubrimiento de América.

Aunque el artista quiso celebrar aquella gesta, involuntariamente reveló que Colón y toda su marinería estaban de muy mal humor.

En sus pinturas nadie sonreía. Esas caras largas, sombrías, no anunciaban nada bueno. Presentían lo peor. Quizás aquellos pobres diablos, arrancados de las prisiones o secuestrados en los muelles, sabían que iban a hacer el trabajo sucio que Europa necesitaba para ser lo que es.

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