miércoles, 25 de marzo de 2009

Guerras Matamundos

A mediados del siglo XVII, el obispo irlandés James Usher revelo que el mundo nació en el año 4004 a.C. entre el crepúsculo del sabado 22 de octubre y la noche del día siguiente.
Sobre la muerte del mundo, en cambio, no disponemos de información tan exacta. Se teme, eso si, que la defunción no demorará, dado el febril ritmo de trabajo de sus asesinos. Los avances tecnológicos de este siglo XXI equivaldrán a veinte mil años de progreso en la história humana, pero no se sabe en que planeta serán celebrados. Ya lo había profetizado Shakespeare: "La desgracia de estos tiempos es que los locos conducen a los ciegos".
Nos invitan a morir las máquinas creadas para ayudarnos a vivir.
Las grandes ciudades prohiben respirar y caminar. Los bombardeos químicos disuelven los polos y las nieves de las cumbres de las montañas. Una agencia de viajes de California vende excursiones a Groenlandía, para decir adiós a los hielos. La mar engulle las costas y las redes de los pescadores recogen medusas en vez de bacalaos. Los bosques naturales, verdes fiestas de la diversidad, se convierten en bosques industriales donde ni las piedras germinan. En veinte países, a principios de este siglo, la sequía a arrojado a cien millones de campesinos a la buena de Dios. La naturaleza esta ya muy cansada, escribió el fraile español Luis Alfonso de Carballo. Fue en 1695. Si nos viera ahora.
Donde no hay sequías, hay diluvios. Año tras año se multiplican las inundaciones, los huracanes, los ciclones y los terremotos de nunca acabar. Los llaman desastres naturales, como si la naturaleza fuera su autora y no su víctima. Desastres matamundos, desastres matapobres: en Guatemala dicen que los tales desastres se parecen a las antiguas películas de cowboys, porque solo mueren los indios.
¿Por qué tiemblan las estrellas?
Quizá presientan que pronto invadiremos a otros astros del cielo.

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